Capítulo
uno
Me alejé del pueblo
buscando un poco de soledad, apenas había podido dormir la noche
anterior, estaba demasiado nervioso para conciliar el sueño. Por fin
había completado mi entrenamiento e iba a formar parte de la
comunidad en activo. Era bueno, lo sabía. Pero aún no conocía del
todo mis habilidades y eso me ponía terriblemente nervioso. Me
inquietaba tremendamente la imposibilidad de controlar lo que pudiera
suceder al día siguiente. Y para añadir una mayor incertidumbre, no
había manera de adivinar si me convertiría en un bellator. Aquello
era lo que más me atormentaba, no quería seguir encerrado en
aquella pequeña aldea, y lo que es peor, estaba seguro que
decepcionaría no solo a mi madre si no me convertía en un guerrero,
sino también al resto de la comunidad.
Así que me dediqué
a analizar cualquier cosa que me pareciera extraña, observé mi
cuerpo, mis manos, todas y cada una de mis sensaciones, en busca de
algo que me indicara que realmente esa noche iba a operarse el
cambio. Podía sentir el bombear de mi corazón acelerado, el vello
erizándose en mis brazos debido a la fresca brisa que se había
levantado, e incluso los músculos estirándose mientras caminaba,
pero no había nada más, ningún indicio, ninguna sutil diferencia.
Insatisfecho por mi
inútil análisis, me senté junto al arroyo al que tantas veces
había acudido durante todos estos años, recostándome en el gran
árbol que se inclinaba sobre su orilla. Sus ramas se agitaban con el
viento produciendo un suave sonido que normalmente me tranquilizaba,
si bien no logró su efecto en ese momento. Acabada la primavera, el
bosque estaba en su máximo esplendor: una densa alfombra de
vegetación cubría el suelo y la luz se colaba entre los árboles,
creando pequeños focos de luminosidad y calor. Respiré
profundamente mientras cerraba los ojos e intenté vaciar mi mente de
cualquier pensamiento. Uno a uno, aislé los sonidos que me rodeaban,
el agua discurriendo cauce abajo, un pájaro que cantaba alegremente
desde la copa de un árbol, pequeños crujidos de los viejos troncos
cercanos. Continué así durante lo que me pareció un largo rato,
hasta que percibí que alguien se acercaba.
–¿Anais?
–pregunté en voz alta. No tenía a nadie a la vista pero algo me
decía que era ella.
Un momento después,
su cabeza asomó a mi derecha, su cuerpo quedaba oculto por el grueso
tronco que me servía de apoyo. Me miró con curiosidad y asintió
ligeramente con la cabeza antes de hablar.
–Tus sentidos se
agudizan –murmuró mientras una leve sonrisa asomaba a su boca.
Por algún motivo
que yo desconocía, todos los que me rodeaban estaban seguros de que
mis cualidades superarían en mucho al resto de mi generación. La
mayoría de regios de la comunidad esperaban no solo que me
convirtiera en bellator, sino que fuera realmente poderoso. Aunque
era algo que deseaba de una manera casi obsesiva, no me sentía
diferente y aún no había dado muestra alguna de estar desarrollando
habilidades primarias. No pude evitar pensar que se estaban
equivocando conmigo, que no iba a convertirme en bellator,
simplemente sería un regio más.
Tuve que reprenderme
por ese último pensamiento, cada regio contaba, cada uno de
nosotros, bellator o no, suponía la diferencia. Todos teníamos una
función luchando o ayudando a los que lo hacían para que los
humanos pudieran seguir adelante con sus vidas, sin enterarse
siquiera de que había seres oscuros que rondaban a su alrededor y
seres luminosos que los protegían.
–Ha sido simple
casualidad –respondí incómodo a Anais cuando me percaté de que
continuaba observándome.
–Me has sentido
llegar, ¿no es así?. Yo ni siquiera sabía si estarías aquí y tú
me has detectado antes de que me acercara lo suficiente para que me
vieras. Tu madre era poderosa, ya sabes que tienes muchas
probabilidades de ser como ella, quizás mejor.
No pude evitar
suspirar. Anais tenía razón, mi madre era uno de los bellator más
poderosos que existían. Esa era una de las causas por las que todos
pensaban que yo lo sería igualmente. Pero también implicaba que
estaba siempre demasiado ocupada para volver al hogar. Mientras
intentaba recordar la última vez que me había visitado comencé a
sentirme extraño, se me tensaron todos los músculos del cuerpo y
una alarma interior comenzó a sonar cada vez más alta. Tenía una
terrible sensación de peligro, la misma tensión que se tiene ante
un ataque inminente. Comencé a respirar aceleradamente cuando todo
lo que me rodeaba se convirtió en una mancha borrosa, incluyendo la
cara de Anais que me hablaba sin darse cuenta que ni siquiera podía
escucharla.
Era noche cerrada
y me encontraba en una pequeña playa, un acantilado se erguía a mi
derecha y a mi espalda se alzaban una hilera de pinos que delimitaban
el comienzo de un denso bosque. Mientras giraba la cabeza en todas
direcciones tratando de adivinar donde podía encontrarme atisbé
algo que se movía de forma veloz por el rabillo del ojo, demasiado
rápido para poder vislumbrar de qué se trataba. Y entonces comencé
a sentirme desdichado, era como si de repente hubiera sufrido algún
tipo de pérdida, como si arrancarán de mi lado a alguien tan
querido que apenas podía soportarlo. Mis emociones bailaban dentro
de mí sin que fuera capaz de saber de dónde venían todos aquellos
sentimientos. Aturdido traté de sentarme en la arena, pero antes de
llegar a hacerlo, me inundó tal sentimiento de rabia y odio que caía
de rodillas y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no
gritar. Aún gruñía cuando todo comenzó a desaparecer y mi visión
se volvió nítida de nuevo.
–¿Qué diablos
ha sido eso? –gruñí desconcertado.
Respiraba
aceleradamente, tenso y totalmente alerta, apretando los puños tan
fuertemente que notaba mis uñas clavarse en las palmas de las manos.
Sudaba como si hubiera estado entrenando durante horas. Una mano se
posó sobre mi hombro; de un salto me puse en pie preparado para
atacar.
–Ey, tranquilo.
¿Qué es lo que te pasa? –Su mirada pasó del asombro a la
comprensión–. Has visto algo –afirmó rotunda–. No lo niegues.
Al ver que no
contestaba continuó hablando.
–¡Oh, vamos! He
visto esa expresión en la cara de mi madre cada vez que tiene una de
sus visiones. Tienes exactamente la misma mirada que ella, ¿qué has
visto?
–Está bien
–admití sentándome de nuevo en el suelo. Mi cuerpo continuaba
crispado, pero traté de volver a respirar despacio y
tranquilizarme–. No sé muy bien lo que he visto, sólo un
acantilado y algo o alguien que se movía muy rápido. He notado...
quiero decir que me he sentido... –Agaché la cabeza y dejé la
frase inconclusa, era demasiado complicado de explicar, y todavía
estaba aturdido.
Anais me miraba
expectante, ansiosa por conocer todos los detalles con aquella
intensa curiosidad que siempre sentía por todo lo que desconocía.
Conseguí aplacar las sensaciones que aún me rondaban y apartarlas a
un lado, iba a tener que contarle algo o estaba seguro que me
acosaría a preguntas el resto de la tarde.
–En un primer
momento fue como si alguien fuera a atacarme, como si mi cuerpo se
preparara para luchar, luego me sentí tremendamente desgraciado, y
por último furioso –resumí, tampoco es que yo estuviera muy
seguro de que era lo que había pasado.
–Ahí lo tienes,
estás desarrollando tus habilidades primarias. A partir de mañana
las visiones serán cada vez más complejas y más nítidas. Si has
podido sentir algo es probable que te conviertas también en
empático, es algo inusual pero no imposible –Anais sonreía
emocionada, dando saltos a mi alrededor como una niña pequeña,
totalmente convencida de lo que decía–. ¡Vas a ser un bellator!
¿Empático?,¿visiones?
No podía haber desarrollado la habilidad de dominar los elementos o
una fuerza brutal, tenían que tener visiones. Bufé exasperado ante
la expectativa de pasarme el resto de la vida conociendo todo lo que
los demás sentían y me puse de pie evitando la mirada de Anais, no
quería que viera la decepción que estaba seguro mostraba mi cara.
Hubiera tenido que estar contento, tal y como estaba Anais, aquello
era una señal de que con toda probabilidad iba a convertirme en
bellator y eso era al fin y al cabo lo que tanto había deseado.
Supuse que los contradictorios sentimientos de la visión aún
revoloteaban en mi interior y no me dejaban pensar con claridad.
–¿Viste a
alguien? En tu visión quiero decir...
–No, a nadie.
Pero me preocupa la sensación de pérdida, era abrumadora.
No podía dejar de
preguntarme si mi madre estaría en peligro en un futuro cercano, las
últimas noticias que tenía de ella era que estaba en Moscú con
otros dos regios, ignoraba si su misión entrañaba un riesgo mayor
del que normalmente ya asumíamos. Si era ella la que estaba en
peligro no había manera de que yo pudiera hacer nada, pero no por
eso me resultaba más fácil asumirlo. Cada uno de nosotros debía
aprender a los largo de nuestros primeros dieciocho años que el
peligro y la muerte eran parte de lo que éramos, nuestra raza había
luchado desde el principio de los tiempos contra toda clase de
criaturas, pero por mucho que nos preparáramos para ello había
muchas posibilidades de que el final no fuera feliz.
Sin decir nada más
comenzamos a caminar de vuelta al pueblo. Anais andaba con paso
rápido y ágil como siempre, iba ligeramente por delante de mí, así
que me concentré en observarla para olvidar la turbación que aún
sentía por la visión. Su andar era elegante. Siempre había sido
delgada, aunque su cuerpo se había vuelto más fibroso debido al
entrenamiento. Una larga melena negra caía sobre su espalda, algo
alborotada por el viento. Era extremadamente bella sin ninguna duda.
No podía verle la cara pero conocía sus rasgos al detalle, y sabía
que en ese momento estaría sonriendo. Tenía tantas ganas como yo de
convertirse en bellator, y que yo hubiera mostrado indicios de que
así sería era suficiente para que se mostrara feliz. ¿Y si fuera
ella la que corriera peligro?
–Mierda –murmuré
entre dientes sin darme apenas cuenta.
Se giró hacia mí
con expresión interrogante, aparentemente se moría de ganas de
hacerme más preguntas, pero me conocía tan bien como yo a ella, así
que mi nerviosismo le bastó para no hacer preguntas. Me volvía muy
poco hablador cuando algo me inquietaba.
Aparté la vista
rápidamente para evitar que sus ojos negros vieran el temor en los
míos. No dijo nada, simplemente dio media vuelta y continuó andando
hacia el pueblo. Una vez que atravesamos los últimos árboles del
bosque, aparecieron ante nosotros las primeras casas, el pequeño
poblado en el que habíamos vivido todos estos años y que era
posible que abandonara en los próximos días. Anais se despidió de
mí con un guiño y vi como se alejaba corriendo hacia su casa.
Seguramente estaba impaciente por contarle a alguien sus teorías
sobre mis nuevas habilidades, pasaría horas interrogando a su madre
al respecto ya que parecía ue compartiría con ella habilidad.
Resignado y sabiendo que todos acabarían por enterarse de lo que
había pasado, me encaminé hacía la casa de Nash, el guía de
nuestra comunidad. Era necesario que se enterara de lo ocurrido,
aunque al fin y al cabo mañana se acabarían las dudas, mañana
sabría a ciencia cierta si era un bellator o no. Aún así tenía
que explicárselo todo con detalle, la transformación era un paso
peligroso y toda la información que tuviera al respecto podría
ayudar llegado el momento. Era común que una vez iniciado el cambio,
las habilidades brotaran de forma repentina y sin control. Sabía a
ciencia cierta que mi madre había derribado la casa en la que se
encontraba cuando tuvo lugar la suya, dejando solo una montaña de
escombros en donde se había erguido una robusta vivienda de
ladrillo. No iba a ser mi caso, pues las visiones poco daño físico
podían hacerme pero la empatía era algo más peligroso que podía
llegar a matarme si no la controlaba rápidamente.
Caminé despacio
intentando retrasar mi conversación con Nash mientras repasaba
mentalmente mi visión, intentando recordar cada detalle de lo que
había visto y sentido. No me apetecía revivir toda aquel amasijo de
sensanciones, aunque por otro lado deseaba que Nash confirmara la
afirmación de Anais, deseaba sobre todo convertirme en un guerrero.
Desde luego mis antecedentes familiares aumentaban claramente las
posibilidades, si bien mi madre nunca hablaba de mi padre lo poco que
sabía es que también era poderoso. Se llamaba Nathaniel y yo
llevaba su mismo nombre.
Una vez frente a la
casa golpeé suavemente la puerta. Una voz grave aunque amable
contestó inmediatamente.
–Pasa Nathaniel.
Entré en la casa
cerrando la puerta tras de mí. Estaba decorada de un modo bastante
sencillo, pocos muebles y todos de carácter práctico, no había
apenas ornamentos salvo un par de fotografías sobre la chimenea que
mostraban a una chiquilla sonriente. Recordé que Nash tenía una
hija que hacía ya años se había incorporado a uno de los grupos
más numerosos, el que tenía asignada la zona de Madrid, en España.
Volví mi mirada hacia Nash y le vi sentado tras el gran escritorio
que había en la parte derecha de la habitación. Su sola presencia
resultaba tranquilizadora a pesar de que medía alrededor de un metro
noventa y tenía el pelo rapado al uno. Sus ojos se cruzaron con los
míos, interrogándome silenciosamente. Me conocía lo
suficientemente bien para saber que no era una visita de cortesía.
Nash había sido como un padre para mí, me había cuidado y criado,
dado que mi madre se vio obligada a volver a la actividad cuando yo
aún no llegaba a los siete años. Mientras ella iba y venía de una
misión a otra, Nash me enseñaba a valerme por mi mismo a la vez que
me entrenada junto con el resto de los chicos de mi edad. Aquello era
lo común aquí, donde muchos padres tenían que salir a luchar
dejando atrás a sus hijos.
Acerqué una silla
hasta él y me senté resoplando.
–Sigues
asombrándome, aunque no voy a preguntarte cómo sabías que era yo.
Nadie podía
acercarse a Nash sin que éste supiera quién era, era una de sus
habilidades reconocer a la gente cercana aún antes de poder verlos,
eso se unía a una especie de sexto sentido que le indicaba la
naturaleza de las intenciones del individuo que tenía delante. Lo
que le daba no poca ventaja frente a sus enemigos. Sin embargo, hacía
ya años que había decidido quedarse aquí formando a las nuevas
generaciones y de forma natural terminó por convertirse en el nuevo
guía. No había conocido a Renia, su predecesora, pero estaba seguro
de que él era aún mejor que ella.
–Pareces
preocupado. No deberías estarlo, mañana todo habrá pasado –dijo
inclinándose sobre el escritorio.
–No es eso
–contesté rápidamente. A pesar de que estaba seguro de que notaba
mi nerviosismo, no quería que pensara que temía el momento de mi
transformación. Tomé aire varias veces y me preparé mentalmente
para contarle lo que había ocurrido.
–He estado con
Anais junto al arroyo, hablábamos tranquilamente y de pronto una
imagen algo borrosa ha aparecido ante mí.
–¿Una visión?
–preguntó inclinándose aún más en mi dirección. Su cara no
varió de expresión, con lo cual me fue imposible adivinar si se
alegraba o no de que la clarividencia fuera mi habilidad primaria.
–Eso creo. Apenas
pude ver un acantilado y algo moviéndose rápido a mi alrededor.
Pero.... –Dudé sin saber muy bien que decir, no me sentía cómodo
admitir todo lo que había sentido–, también percibí distintas
emociones: pérdida, pena...
–Así que además
eres empático –concluyó–, interesante.
Una pequeña sonrisa
asomó a sus labios mientras asentía, sus ojos brillaban y un
momento fue como si estuviese mirando más allá de mí, pensando en
algún recuerdo lejano. Bajé la cabeza algo cohibido, por alguna
razón me sentía ridículo frente a él a pesar de que nunca había
sido así, no con él. Durante un par de minutos el silencio reinó
en la habitación. Pensé en decir algo, sin embargo no sabía qué,
así que esperé a que él hablara. Tras cerrar los ojos un momento
como si intentará recordar algo, volvió a abrirlos.
–¿Sabes lo que
eso significa, no? –preguntó finalmente.
–Supongo
–contesté no muy convencido.
–Sea como sea,
mañana lo sabremos, pero sé que te convertirás en bellator. No
tienes de que preocuparte. Respecto a la visión, es probable que
vuelvas a tenerla de nuevo así que ya hablaremos de ella cuando
puedas ver todo de manera más clara.
Al terminar de
hablar se levantó de la mesa dando por terminada la conversación.
Supuse que tendría asuntos de los que ocuparse y que no se sentía
inquieto ante lo que parecía ser la prueba de mi incipiente
transformación. Hubiera deseado tener la misma calma por él, pero
no dejaba de sentirme intranquilo. Me despedí con la mano y salí de
la casa sin mirar atrás. Deseaba realmente que tuviera razón y que
mañana por fin me convirtiera en un regio bellator, era lo que todos
esperaban de mí y yo temía defraudarlos. Pero además ansiaba poder
abandonar el pueblo y conocer el exterior.
Seguí caminando sin
rumbo mientras le daba vueltas una y otra a lo sucedido en el arroyo
e inevitablemente acabé delante de la casa de Anais, siempre
terminaba allí. Riéndome de mí mismo entré en la casa sin llamar.
Podía pasar la tarde con ella simplemente hablando, eso me
distraería y haría que el tiempo transcurriera más rápido. Anais
siempre había estado a mi lado, su casa era como una segundo hogar
para mí.
Las horas
transcurrieron sin darnos cuentas mientras charlábamos sobre todo lo
imaginable excepto sobre mi transformación, a pesar de que lo más
probable es que esa misma noche me convirtiera en bellator, Anais me
conocía demasiado bien y sabía que darle más vueltas al tema me
pondría aún más nervioso. Así que durante el tiempo que pasamos
juntos evitó tocar el tema y yo no sentí gana alguna de sacarlo a
colación. La adoraba por eso, entre muchas otras cosas.
Hubo un tiempo en
que había creído sentir algo más por Anais que simple amistad, con
apenas quince años y habiendo pasado toda nuestra infancia juntos,
habría sido relativamente fácil sentirnos atraídos el uno por el
otro. No solo eso, sino que encajábamos a la perfección, ella era
testaruda y cabezota, yo tenía la paciencia que a ella le faltaba.
Podíamos charlar durante horas, o bien pasar el rato juntos en
silencio. Además, Anais era guapa, realmente guapa. Yo comencé a
mirarla con otros ojos cierto día en el que por error entré en su
cuarto sin llamar; a medio vestir, Anais no había sido lo
suficientemente rápida para que no la viera y fuera consciente de
que su cuerpo ya no era el de una niña.
Durante varias
semanas me sentí distinto respecto a ella, incluso llegué a
evitarla. Ella por su parte, parecía reacia también a quedarse a
solas conmigo. Todo acabó de una manera algo extraña, en un pelea
durante uno de los entrenamientos. Nash, al que no se le escapaba
nada de cuanto ocurría en el pueblo, nos emparejó para que
simuláramos una lucha y la simulación se nos fue de las manos,
convirtiéndose en una pelea en toda regla. Cuando una de sus patadas
me golpeó en plena cara y me tumbó, Anais acudió corriendo a mi
lado pensando que me había echo daño. Lo que en realidad era
cierto, porque sangraba profusamente por la nariz y me había roto el
labio. Pero por alguna extraña razón aquello nos devolvió la
confianza en nuestra amistad. Era raro pensar que todo volvió a su
lugar a base de golpes, aunque creo que fue vernos como enemigos,
como guerreros buscando la derrota del otro, lo que hizo que
valorásemos la amistad que teníamos; al menos así fue para mí.
Desde ese momento,
no volví a pensar en Anais como otra cosa que una amiga, casi como
una hermana. Volvimos a nuestra rutina de entrenamientos y risas
compartidas, a pasar cada momento libre juntos. Nunca hablamos sobre
el tema, ninguno de los dos sintió la necesidad de aclarar aquel
malentendido, quizás porque ambos sabíamos que así es como debían
ser las cosas o quizás porque la amistad que nos unía era más
fuerte que todo lo que pudiera ocurrirnos. Yo deseaba que fuera esto
último aunque sabía que la nueva vida que posiblemente emprendería
mañana me llevaría muy lejos de ella.